Relatos - World of Warcraft: La Segunda Verdad

Atiende, pues hoy te revelaré dos verdades.

El más increíble de los milagros, el más simple truco de luces, la más devastadora muestra de poder, el sortilegio más sencillo del repertorio de un mago, la manifestación más deslumbrante de divinidad, la insignificancia arcana más evidente… Todo está unido por frágiles hebras de realidad que se deshilachan al menor descuido.

Relatos - World of Warcraft: La Segunda Verdad

Si algo he descubierto con el paso de los eones es que todo está regido por el equilibrio. No importa que intentemos crear una montaña o encender un agradable fuego para calentarnos. Debemos mantener el control, agarrar esos débiles hilos con fuerza y tirar de ellos, pero sin romperlos.

Mírame a los ojos.

La historia de este mundo agonizante y marchito está salpicada con ejemplos de lo que ocurre cuando, aunque sólo sea por un instante, uno de los hilos escapa a nuestro control. Al intentar agarrarlo se descuida otro, a este le sigue un tercero y un cuarto… Antes de darnos cuenta, y por culpa de una mano poco firme, todo se deshace. El enorme tapiz se desdibuja, empezando por los bordes. Poco a poco el dibujo deja de cobrar sentido y, en vez de una obra elegante, tenemos un enorme amasijo de colores en el suelo.

También puede ocurrir que nuestra mano se cierre con demasiada fuerza sobre los hilos y no sepamos cuándo hay que ceder. Danzar con los flujos de poder no es una labor sencilla ya que están en permanente cambio, en continuo movimiento. Hay que saber medir el ritmo y acompasarse con él. Hay que intuir en qué derivará nuestra melodía, las implicaciones de nuestros actos para adelantarnos al vaivén. Si cuando sentimos movimiento, en vez de seguirlo, nos aferramos en nuestra posición con mano de hierro, puede que uno de los hilos que manejemos se rompa. Y todos sabemos que por donde rompe un hilo le siguen los de alrededor hasta que sólo queda una masa informe a nuestros pies.

En ambos casos el resultado es el Caos. El Caos es la perdición de este mundo, pues en él no hay ningún Plan. No hay orden ni mesura, sino temor a la incertidumbre; reina la muerte sin sentido y la vida se convierte en despropósito.

¿Te sorprenden mis palabras? ¿Acaso pensabas que soy un agente que alimenta los fuegos indomables de la entropía?

El Caos no es el fin, sino un medio. La destrucción no tiene más sentido que el reconstruir. Todo está maldito y corrupto, ya te lo he dicho. Todo lo que sabes, todo lo que has visto u oído en tu vida ha sido a través de un prisma equivocado.

Yo fui así una vez. En otra era, en otro tiempo, con otro nombre.

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La creación era joven y estaba a nuestro cuidado. Los cielos eran más azules y las aguas más puras. Me gustaban las raíces de las montañas, perderme en ellas y descubrir nuevas cavernas cuajadas de piedras preciosas, el eco de un río subterráneo que murmuraba a lo largo de kilómetros de infinitos túneles, dormitar mientras oía cómo se formaban titánicas estalagmitas… Pero también me gustaba observar las enormes planicies del joven mundo, ver cómo la vida habitaba en ellas con una sencillez desapasionada. Un ciclo natural de vida, crecimiento y muerte de inigualable belleza. Todo gozaba de perfecto control y equilibrio. Disfrutaba de la vida y me gustaba compartir esas sensaciones con mis hermanos y mi progenie. Cuán ciego y engañado estaba, pequeña criatura. Ciego y engañado.

Fue entonces cuando me hablaron. Al principio era como intentar probar el sabor de un rayo de luna. Lo ves, sabes que está ahí, puedes acercarte a él, pero el catarlo está más allá del alcance de cualquiera. Me visitaban en sueños y me enseñaban. Me mostraron como era el mundo antes de que Ellos los encarcelaran. Me enseñaron Su soberbia al querer someterlos, Su obsesión de que algo que no encajara en Su perfecto plan debía ser aniquilado.

Desde sus propios comienzos este fue un mundo esclavizado, arrebatado a sus legítimos dueños; corrupto hasta sus más profundos cimientos. Se habían erigido como dioses benévolos de un mundo contaminado, pero en realidad el veneno eran Ellos. ¿Qué derecho tenían a hacer lo que hicieron? ¿Qué autoridad los había erigido como jueces, carceleros y verdugos de los verdaderos dioses de este mundo?

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Yo te lo diré. Nadie. Ellos son como todos nosotros, aunque no quieran admitirlo. Son seres llenos de miedos, temores, inseguridades, amores y odios. Cualquier cosa que escapa a su control es rápidamente extirpada y destruida. Creen poseer el control, pero en realidad, en vez de bailar al son, de acompasarse a los ritmos del universo, Ellos tiran y tiran de los hilos, cada vez más fuerte, más inflexibles, sin ceder jamás. Si aparece algo que no está contemplado en sus planes usan todos los medios a su alcance para obligarlo a formar parte de ellos y, si aún así no encaja, lo erradican. Tiran sin misericordia, rasgan el tapiz.

¿En quién confiar entonces? Como te dije antes: todo está corrupto, todo está contaminado. Por eso mismo hay que destruirlo: por lo que es, por lo que ha sido y por lo que pudo ser y nunca será.

Por eso acepté el poder y me levanté contra Ellos. Por eso me combatieron y me encerraron. Por eso dormí durante milenios, esperando mi momento. Y por eso desperté y el mundo cambió. Por eso me he alzado ahora, más poderoso que nunca, para cumplir con mi destino. Por eso tengo que destruirlo todo.

Ahora lo comprendes, ¿verdad? Porque vivimos en un mundo que se engaña a sí mismo. Porque cuando no se tiene el verdadero poder, cuando te invade la inseguridad, cuando crees estar en posesión de la verdad absoluta y tienes miedo de todo aquello que te sorprende y te supera, cuando ocurre todo esto te opones a ello con todas tus fuerzas y tratas de doblegarlo. Sostienes los hilos de la realidad y tiras, tiras hasta que se clavan en tu carne y te hacen sangrar. Pero no paras, pues aún debes tirar más fuerte.

Entonces un hilo se rompe y los oyes. Y se rompe otro hilo más, y es ahora cuando los escuchas. Y, como un arpa demasiado tensa, los hilos siguen partiéndose, chirriando. Con cada uno que se quiebra yo me hago más fuerte y Ellos más débiles. Y cuanto más luchen y traten de imponer Sus ideas, más poderoso me haré y menos control tendrán hasta que todo, absolutamente todo, esté a mis pies, listo para ser recogido como la fruta madura.

Y esa es la primera verdad, pequeña criatura. Ellos trajeron el Caos a un mundo que estaba en Orden sólo porque no era Su Orden, con Sus reglas. Yo he vuelto a traer el Caos para, de las cenizas resultantes de este mundo, hacer retornar un verdadero Orden, restaurar el equilibrio de las cosas. Y no saben que cuanto más empeño pongan en resistirse a mi, más fuerte me harán, pues más fuerte tirarán.

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¿Cómo dices? ¿La segunda verdad? Bueno, es una mucho más sencilla aunque, sin duda, para ti, mucho más importante.

La segunda verdad, pequeña criatura, es que esta es mi guarida, yo soy Alamuerte y tú vas a morir.

No, no te resistas. ¿Qué te acabo de decir? Tu lucha sólo me hace más fuerte, más grande, más poderoso. No tires de tus hilos, no tan fuerte, pues hay cosas peores que la muerte.

Y no querrás descubrir cuáles son, ¿verdad?


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