-¿Es venganza lo que quieres? ¿Es justicia?
-Venganza.
La voz del
joven elfo, en el límite de la edad adulta, sonó dura, llena de odio y de
dolor. No era algo extraño, no obstante. Las cicatrices de la guerra eran
muchas y estaban lejos de desaparecer; todos los días se abrían nuevas heridas y
nacían decenas de muchachos como el que tenía delante, con el pulso acelerado,
las manos agitadas y la sangre hirviendo. Todos los días la Legión Ardiente se
cobraba nuevas víctimas, destruía hogares y dejaba huérfanos. Huérfanos que
ansiaban destruir a sus enemigos, que querían venganza, pensando que en ella
encontrarían solaz y que el dolor acabaría.
Legión Ardiente, de Dan Scott
Era el deber de Oriande: consolarles, escucharles, encauzar todo ese odio, ese miedo, y asegurarse que seguían adelante con sus vidas, escogieran el camino que escogieran.
-¿Crees acaso
que el dolor desaparecerá cuando mates a tu primer demonio? ¿Y con el número
diez? ¿Tal vez el mil?
La respuesta
sorprendió al joven elfo, que la miró sin comprender. Su complexión era todavía
la de un muchacho, lejos de estar del todo desarrollada, pero se adivinaba que se
convertiría en un elfo alto, más de dos metros, y musculoso. Sus manos eran
delgadas y ágiles y podría convertirse en un buen artesano. Si elegía ser
guerrero sería entrenado por los maestros del ejército kaldorei, los mejores
del mundo, y destacaría. Sin embargo, el muchacho quería otra cosa.
-No lo
entendéis. No quiero que el dolor desaparezca -contestó el muchacho-. Me da
fuerzas, me da un objetivo. Quiero venganza, quiero destruir a los enemigos de
mi pueblo, a los que...- su voz tembló unos instantes, asaltado por terribles
recuerdos- a los que masacraron mi hogar y me arrebataron todo mi mundo.
Oriande
comprendía al muchacho, pero aquello no era suficiente.
-Sé lo que
quieres, pero no estoy segura de que entiendas los sacrificios, a lo que
tendrías que renunciar.
La
sacerdotisa de Elune miró al muchacho a los ojos. Era más baja que el joven
elfo y parecía casi de la misma edad, pero era varios siglos mayor que él. Vestía
unos ropajes blancos y las joyas que llevaba eran sencillas, sin denotar su rango: no lo necesitaba. Era su actitud, su postura, en cómo decía las cosas
lo que le concedía autoridad. Estaba siempre calmada, siempre parecía decir lo
correcto y más adecuado de acuerdo a cada situación.
-Entonces,
explicádmelo, sacerdotisa. Hacedme entender.
Oriande
asintió lentamente.
-No soy yo
con quien tienes que hablar, pero he mandado llamar a alguien que contestará a
tus preguntas y te suscitará otras nuevas. Escucha atentamente lo que te tiene
que decir. Te está esperando.
Tyrande Whisperwind, por Mónica Art
El joven se giró, como si aquella persona estuviera justo detrás de él, aguardándolo. Oriande, sin embargo, señalaba con su mano un pasillo lateral del templo, donde estaban las habitaciones en donde él y el resto de refugiados del último ataque se estaban alojando hasta encontrar un nuevo hogar. Era una de las funciones de los templos de Elune aquellos días: servir de hogar temporal para los damnificados de la guerra, para los que había sufrido el ataque de la Legión Ardiente.
Con una
respetuosa inclinación de cabeza, el joven se dirigió al pasillo, buscando a la
persona que la sacerdotisa había llamado. Encontró fácilmente la habitación
correcta, ya que había un explorador del templo en la puerta, haciendo guardia,
que se hizo a un lado para dejarlo entrar. Indeciso, el joven esperó unos
instantes antes de llamar a la puerta y entrar en la habitación.
Dentro,
estaba oscuro. No era la oscuridad existente en las noches de Kalimdor, con la
suave luz de las estrellas y la luna; tampoco era la oscuridad que existe cuando cierras todas las puertas y ventanas, pero
aún así sabes que ahí fuera hay faroles y lámparas. Esta oscuridad era
absoluta, devoraba luz, se alimentaba de ella y vomitaba negrura. Casi parecía
estar viva, hambrienta, buscando crecer y no sólo estar presente en el mundo,
sino meterse en su mente, invadir sus pensamientos.
El muchacho
tuvo miedo y se resistió a entrar. Miró al explorador, que aguardaba
pacientemente a un lado, esperando a que entrara. ¿Quién, o qué, lo aguardaba
en medio de aquella negrura? Finalmente, tras unos segundos más de duda que le
parecieron eternos, decidió entrar. Detrás de él, la puerta se cerró y la
oscuridad lo invadió todo. Incluso el sonido de su respiración pareció
amortiguarse, la sangre se agolpó en sus sienes y sintió su pulso acelerarse.
Todos sus sentidos se aguzaron y entonces pudo distinguir aquel aroma dulzón
que flotaba en el ambiente. Era muy sutil, casi imperceptible: incienso. Junto
al incienso también pudo distinguir una respiración profunda y tranquila en lo
que suponía que era el centro de la habitación.
Con paso
vacilante, ya que no quería tropezar, el joven dio unos pasos tímidos hacia el
interior de la habitación. No hubo avanzado ni un metro cuando una voz lo
sobresaltó.
-¿Qué te
parece la oscuridad?- le dijo- ¿Serías capaz de renunciar a la luz, a los
colores, al mundo de Elune?
Era
carrasposa y ronca: inhumana. No se parecía a nada que hubiera escuchado antes,
acostumbrado al timbre melodioso y dulce del pueblo kaldorei. ¿A quién podía
pertenecer? Sin embargo, era honesta y preguntaba con genuino interés, pero el
muchacho también tenía preguntas.
-¿Quién eres?
Quiero verte.
La voz se
rió, pero aquella fue una risa desprovista de alegría.
-¿Verme? ¿Por
qué, crees que eso valdría para algo? ¿Crees acaso que tus ojos te dicen más
que tus oídos, tu olfato o tu tacto?
-Creo que verte
sí que me podría decir cosas.
El muchacho
intuyó por dónde iba a discurrir la
conversación: era una prueba. La sacerdotisa y el extraño de la habitación lo
estaban probando, desafiando, viendo si era digno.
-Lo primero
que nos hacen es arrebatarnos la visión- dijo la voz sin ningún tipo de
emoción-. Es el primer paso, uno doloroso, brutal y despiadado. Aún así, menos
brutal y despiadado que el que tuvo que sufrir el primero de nosotros. A él lo
quemó el fuego de Sargeras, lo mutiló, lo marcó e intentó destruirlo. Nosotros
nos limitamos a celebrar un ritual para abrir nuestra mente y nuestros cuerpos al
entrenamiento, a comprender a nuestros enemigos jurados.
El joven
comprendió entonces a quién, o al menos qué, tenía delante.
-Usamos una
venda sobre los ojos no por nosotros, sino por los demás. Al acabar el ritual
nuestras cuencas oculares están vacías; la carne, quemada y cosida. Supongo que
no es un espectáculo bonito, sobre todo para nuestro pueblo, que tanto aprecia
la belleza de unos rasgos simétricos, que cree que el alma se ve reflejada en
la mirada -el hombre volvió a reír-. Y puede que tengan razón, ya que nosotros,
junto a los ojos, perdemos nuestra alma.
-No
comprendo- el muchacho estaba confuso.
-Por eso
estás aquí-contestó la voz, ahora un poco más amable-. Porque no comprendes,
porque has oído historias de proezas en la guerra, porque puede que vieras a lo
lejos a uno de nuestra orden danzar en el campo de batalla, porque quieres
convertirte en uno de nosotros sin tener ni la más remota idea de lo que
significa ser un Cazador de Demonios.
-Sois
guerreros, formidables en batalla, y matáis demonios. Matáis a los que me
arrebataron mi casa, asesinaron a mis padres y amigos.
-¿Quieres
venganza? ¿Quieres luchar contra la Legión Ardiente? Hazte explorador, jinete
de sable, guerrero... Aprende las vías de la naturaleza y a convertirte en
bestia, los rezos de Elune... Tienes mil opciones.
-No quiero
eso -contestó el muchacho, tozudo-. Quiero sembrar el terror en mis enemigos,
quiero dedicar mi vida a su exterminio. Quiero que nada más verme sepan que la
muerte les ha llegado.
Oyó cómo su
interlocutor respiraba profundamente. Estaba justo enfrente de él, pero mucho
más abajo: puede que sentado. Con cuidado, él también se sentó, a la manera
kaldorei, con las piernas cruzadas y la espalda recta.
-No voy a
negar que eso no sea cierto. Un Cazador de Demonios es uno con sus armas, un
uno inmutable. Sus movimientos en el campo de batalla son perfectos,
rápidos como el pensamiento. El enemigo no sabe qué lo ha golpeado, tan sólo
tiene tiempo a llevarse la mano a la herida y notar su sangre resbalar entre
sus dedos.
"Los
demonios nos ven y saben que la hora de su muerte ha llegado. Podemos oler su
miedo, hieden a desesperación. Somos implacables, tan brutales con ellos como
lo son con los nuestros. Sí, todo eso es cierto. Pero, ¿acaso sabes a lo que
hemos renunciado, todos y cada uno de nosotros? ¿Tienes idea de lo que
significa ser un Cazador de Demonios?
El muchacho
fue a contestar, pero su interlocutor no le dejó, ya que su discurso se
aceleró.
-Nos ciegan,
joven elfo, porque es la única manera de poder ver. Los primeros meses son de
absoluta oscuridad, hasta que tus poderes comienzan a despertar. Descubres
entonces colores y formas que nunca antes se te ocurrió que podían existir,
pero son colores y formas infernales. Sólo podrás ver a tus enemigos, a los
demonios. Desearás entrar en batalla únicamente para poder disfrutar de nuevo
del sentido de la vista, pero a la vez lo odiarás, porque lo único que podrás
apreciar será el mal en su estado más puro.
"También
podrás ver a tus hermanos y hermanas, pero eso es peor todavía. Te recordarán
constantemente que has abrazado la esencia de tus enemigos jurados, que has
dejado de ser un kaldorei para siempre. Somos demonios, joven elfo, al menos en
parte. Perdemos para siempre nuestra alma, abandonamos a Elune y abrazamos a
nuestros enemigos, nos convertimos en ellos para combatirlos con más fiereza, haciéndonos
inmunes a sus armas. Lo único que podemos ver es esa mancha en nuestro
interior, una mancha que va creciendo poco a poco, que en batalla se desata y
nos domina. ¿Serías capaz de pasar el resto de tu vida mirando directamente a
las profundidades del infierno, al lugar donde nacen las pesadillas?
"El
dolor pasará a formar parte de tu vida de una forma que no puedes comprender. La
heridas en los ojos sanarán, pero otras tomarán su lugar. La magia demoníaca
cubrirá tu cuerpo y te marcará la piel. Las agujas con las que nos tatuamos no
sólo están impregnadas en tinta, sino que con cada golpe del artista introduce
la esencia misma del mal bajo tu cuerpo. El dolor mientras la aguja penetra en
la piel es insoportable, ya que la magia corrompe la carne y lacera tu cuerpo.
Por la noche, sientes esa mancha en tu interior, reptando por debajo de la
piel, amenazando con convertirte en cosas que no deberían abandonar nunca la
negra compañía de Sargeras.
"La
esencia de los demonios te cambia. No sabría decirte de qué forma, pues a cada
uno la esencia del mal le afecta de una forma diferente. A algunos le salen
colmillos, a otros la piel se les oscurece, brotan cuernos de nuestras cabezas,
nuestros pies se transforman en pezuñas, nos crecen alas infernales en la
espalda... Lo que sí te puedo asegurar es que estos cambios vienen asociados al
dolor. La sangre de los demonios se mezcla con la nuestra y nos transforma en
algo a caballo entre dos mundos.
"Pero la
esencia los demonios también nos cambia por dentro. Las alteraciones físicas
son sólo parte de la metamorfosis. Empiezas a sentir cosas, tu hambre
despierta, tus pasiones se desatan. Tienes ganas de entregarte a la sed de
sangre, a la lujuria, a la glotonería y al exceso. Sentirás odio y rabia, la
furia dominará tus actos. Sé que ahora crees que odias a los demonios, pero
mientras te conviertes en un Cazador de Demonios aprendes el verdadero
significado de esa palabra. Respiras odio, sudas odio, bebes y comes odio... Se
convierte en la emoción que guía cada uno de tus pensamientos y acciones. Este
cambio duele, nos abrasa por dentro, nos arranca al elfo que tenemos en nuestro
interior y nos despoja de nuestra esencia.
"Dejamos
de oír a la naturaleza. Elune nos abandona para siempre y sólo nos quedan las
tenues auras de nuestros compañeros y las vibrantes sombras de luz de nuestros
enemigos. Y nos queda la batalla, la danza, la indescriptible sensación de la
lucha. Dejamos de ser elfos, abandonamos para siempre la familia de los kaldorei,
sus leyes ya no nos afectan, perdemos la conexión con el resto de nuestra
antigua raza.
"El
entrenamiento nos ayuda a combatir contra todo esto y a dominar todas estas
emociones, a superar estos cambios y a aceptarlos como algo necesario. La
disciplina física es crítica y los ejercicios no sólo nos templan como el arma
definitiva contra la Legión Ardiente, sino que nos ayudan a canalizar toda
esta ira y odio, anestesian el dolor de nuestro cuerpo y nuestra mente. Nos
hacen entrega de las gujas, tu única arma a partir de entonces, y aprendes a
convertirte en uno con ellas. Tu fuerza y tu agilidad crecen, serás capaz de
realizar proezas fuera del alcance de cualquier ser vivo.
"No
todos lo consiguen. Ni siquiera unos pocos. El ritual en el que nos arrancan
los ojos es el más sencillo de todos, ya que es puramente físico. La magia
demoníaca se lleva a la gran mayoría. Muchos se vuelven locos, otros quedan tan
deformes que acaban por suplicar que acabemos con sus vidas, algunos se
transforman demasiado y debemos acabar con ellos antes de que se conviertan en
una amenaza. Y si superas la corrupción, puedes morir por culpa de los
implacables entrenamientos. Si esperas que la compañía de tus hermanos alivie
algo esta carga, también lamento decepcionarte. Ser un Cazador de Demonios
implica soledad, no volver a disfrutar nunca de la compañía de un semejante.
Peor aún: lo añorarás. Recordarás lo que era amar y ser amado y lo ansiarás con
cada latido de tu corrupto corazón.
"Los
Cazadores de Demonios no podemos fallar, no podemos dudar, no podemos
permitirnos flaquear nunca. Jamás.
"Somos
el arma definitiva, la primera línea de ataque y la última de defensa. Somos el
filo que nadie quiere desenvainar. Somos los que actúan cuando los demás
apartan la mirada, los que cometemos las atrocidades que nadie se atreve a
considerar; somos los que asumimos el sacrificio supremo en busca de la fuerza
suprema, los máximos defensores del pueblo kaldorei... y los que dejamos de
serlo para conseguirlo. Somos medio demonios, usamos su magia, nos alimentamos
de sus emociones, abandonamos todo aquello que es sagrado y nos convertimos en
criaturas impías, en el mismo mal reencarnado. Somos aquellos a los que nadie
llora, los que no importan, un arma templada con diez mil, cien mil, golpes de martillo.
"Somos el
odio y la ira pura en el campo de batalla. Matar nos proporciona el único
momento de paz en nuestras vidas. El alarido de un enemigo en la lucha es la única música que conmueve nuestros corazones, el sabor de la
sangre lo único que despierta nuestro apetito. Gritamos en el campo de batalla.
Reímos en el campo de batalla. Vivimos para la lucha. Todos nos temen, demonios
y elfos por igual.
"Y todo esto es sólo el comienzo, un
pequeño atisbo de lo que te espera si de verdad quieres convertirte en uno de
nosotros, jovencísimo elfo. ¿Comienzas a comprender los sacrificios? ¿A todo lo
que renunciarías?
El joven
había permanecido en silencio ante las palabras del Cazador de Demonios. Había
escuchado su voz lleno de temor. Cuando hablaba del dolor, había padecido con
él. Cada vez que hablaba de la ira y el odio, casi escupiendo de la fuerza con
la que pronunció esas palabras, había sentido esas emociones con una intensidad
que nunca antes había conocido. Cuando hablaba de la emoción de la batalla,
realmente sintió como si aquella fuera la única alegría de su vida. Sólo tenía
una pregunta más. Realmente, la única que importaba.
-¿Vale la
pena? El sacrificio, el dolor... ¿Merecen realmente la pena?
El silencio
de la respuesta se alargó lo indecible. Un minuto, dos, cinco... El elfo no
sabía si había ofendido al Cazador de Demonios o si era que estaba meditando su
respuesta. Incluso llegó a temer por su vida, que un golpe de guja le separara
la cabeza de los hombros. Notó cómo el otro se levantaba. Oyó el sonido del
metal al ser desenvainado y notó el frío tacto del acero contra su cuello.
¿Acaso había ido demasiado lejos? ¿Había cometido algún tipo de delito u ofensa
mortal contra aquel ser y su tenebrosa orden?
Sintió la
oleada de magia y una decena de velas se encendieron en la habitación. Pudo por
fin ver a su interlocutor. Se erguía ante él, infinito. Su piel, de color
morado oscuro, estaba cubierta por tatuajes intrincados que parecían estar
vivos, que se retorcían ante su mirada adoptando imposibles y obscenas formas. Su
piel también mostraba las cicatrices de un millar de batallas. La mayoría eran
simples líneas blancas, pero había otras terribles.
Su costado
derecho era un amasijo de carne deforme y una línea le cruzaba el pecho de lado
a lado. Había sufrido otra terrible herida en el rostro, que se lo había
desfigurado para siempre. Le faltaba parte de la barbilla, del labio y la mejilla
izquierdas. Se le podía ver el hueso de la mandíbula y tenía los dientes, con
unos caninos desmesurados, al descubierto de forma permanente. Le faltaba la
oreja izquierda y, en su lugar, una cicatriz se arremolinaba como recordatorio
de dónde había estado. También pudo apreciar dos pequeños bultos a su espalda.
Allí habían brotado dos alas, intuyó el joven, pero ahora únicamente había dos
muñones ennegrecidos con algún jirón membranoso.
Y pudo sentir
la fuerza de sus brazos, la intensidad de su voluntad, que se propagaba por
cada fibra de aquel cuerpo transformado y mutilado. Tenía el brazo extendido y,
en él, empuñaba la guja que amenazaba su cuello. Era un arma de doble hoja,
curva, con una empuñadura ornamentada y oscura. Sintió la maldad de aquella
arma, su voluntad, la exigencia de sangre a su dueño. Sin embargo, su pulso no
temblaba.
Con
deliberaba lentitud, cogió la venda que le cubría los ojos y se la quitó.
Quedaron al descubierto dos cuencas oculares vacías de toda carne, pero en las
que pudo adivinar una llama insondable, un foco que conducía a las simas del
alma del elfo, un alma corrompida y transformada hasta convertirlo en algo
antinatural, ni de este mundo ni de la Legión Ardiente. El joven se estremeció
de terror y, al hacerlo, el filo de la guja hizo brotar de forma
involuntariamente una línea de sangre en su cuello.
El Cazador de
Demonios se inclinó para que el joven elfo pudiera contemplar su rostro en cada
mínimo detalle.
-¿Me
preguntas que si vale la pena? Sí. Cada minuto. Cada segundo de esta vida vale
la pena, pues gracias a lo que soy puedo matar demonios. Y eso es lo único que
importa.
Se irguió y
bajó el arma. El joven entendió que la conversación había acabado y se marchó
de la habitación, arrastrando los pies y con la cabeza llena de más preguntas
que nadie más que él podía contestar. El Cazador de Demonios dejó caer la guja,
junto a su compañera, y le dio la espalda a la puerta. A los pocos segundos,
entró Oriande, la sacerdotisa.
-Le has dado
mucho en lo que pensar.
-Me alegro.
-¿Crees que
volverá?
El Cazador de
Demonios se encogió de hombros.
-Depende de
él. Tiene la voluntad de ser uno de nosotros. Ahora sólo queda por ver si es
capaz de asumir la verdad de lo que le he contado.
La
sacerdotisa asintió.
-¿Puedo
hacerte yo una pregunta?
El otro
asintió lentamente.
Oriande se le
acercó y le tocó el brazo. El Cazador de Demonios pareció sorprenderse ante el
contacto y casi dio un respingo, pero mantuvo el brazo en su sitio. Fue un
contacto íntimo, personal.
-¿Mereció
realmente la pena, Galarian? ¿El precio que pagaste, que pagamos, mereció la
pena?
El Cazador de
Demonios la miró directamente a los ojos a pesar de que ella sabía que no podía
verla. Permaneció así durante unos segundos y, luego, volvió a anudarse la
cinta para taparlos, como hacían todos los miembros de su orden.
-Te diré lo mismo que a tu joven protegido. Sí. Cada minuto. Cada segundo.
Después, con
cada paso resonando como el golpe de un martillo en un yunque, un martillo que
templa una espada de filo invencible, abandonó la habitación y se sumergió en la
profundidad de la noche, dejando a la sacerdotisa a solas con sus pensamientos.
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