Noto cómo me llama, me susurra en sueños, me tienta en medio del silencio de la noche, conminándome a usarla. Ha pasado a convertirse en un deseo permanente, en una vaga sensación de fondo, molesta, despertando en mi una necesidad insatisfecha. Hace que me rebulla mientras duermo y se me aparece en sueños, observándome con sus ojos vacíos que, irónicamente, me clavan su mirada. Es una maldición, pero a la vez un arma que debo usar si pretendo triunfar sobre el mal que se va a desencadenar de forma inminente.
He pensado muchas veces en abandonarla, en arrojarla en medio del bosque, al océano, ver cómo se pierde en el vacío de una sima montañosa. Sin embargo, cada vez que esa idea cobra fuerza, basta con elevar la vista al cielo y ver por qué no debo hacerlo. Allí está ella, la luna, una como nunca antes se había visto en ningún mundo. En Hyrule es como un espejo de plata. Brilla con una luz pálida y fría, acompañando al viajero y velando por su sueño. Cuando hay luna llena luce magnífica en el firmamento, rodeada de titilantes estrellas, viajando por el cielo mientras arroja una suave luz sobre la tierra. En esas noches, a los kokiri les gusta subir a las ramas del Árbol Deku y contemplarla desde su follaje, disfrutando de la compañía de sus hadas. Los días de luna llena, el gobernante de los bosques parece cuajado de estrellas, como un árbol decorado en una festividad.
Sin embargo, aquí la luna es un terrible mal a punto de desatarse. Está llena, pero no brilla; cada segundo que pasa, su tamaño crece, pues se acerca de forma inexorable a la tierra. Ahora ocupa una buena parte del firmamento. Sin embargo, lo peor es su expresión, ya que esta luna tiene rostro, uno horadado de cráteres oscuros que le dan el aspecto de un mendigo lleno de pústulas o con la piel picada por alguna enfermedad desfiguradora. Es inmensa, absoluta, tan siniestra como malvada.
Nos mira de forma cruel, con una sonrisa despreciable asomando en su rostro. Casi parece que está ansiosa por cumplir su amenaza y arrojarse sobre el mundo de Términa para destruirlo. Skull Kid... no, la Máscara de Majora, dijo que teníamos tres días: sólo queda uno. Y no hay duda de que es la terrible magia de esa máscara maldita la que está detrás de esta luna, ya que comparten los mismos ojos, esas inquisitivas pupilas que te atraviesan y te dejan inmovilizado. ¿Quién crearía semejante artefacto de maldad? ¿Qué oscura alma puede albergar tanto odio y poder que lo lleven a destruir un mundo alegremente, disfrutando, además, con la muerte de centenares de personas? ¿Cómo se detiene a una luna? ¿Qué inconmesurable poder hay que poseer para enfrentarse a ella?
Majora's Moon, de VincentBisschop |
He combatido contra males antiguos, desterrado al mismísimo Ganondorf, encerrándole en una prisión eterna. Sin embargo, en aquella ocasión contaba con poderosas armas y aliados para hacerle frente. La Espada Maestra descansa en su pedestal, muy lejos, y su sello no ha de ser retirado; los Siete Sabios no existen en Términa, este extraño lugar, tan parecido a mi Hyrule natal, pero a la vez tan diferente; y la Trifuerza es desconocida en este mundo, así como las diosas. Por eso mismo, a pesar de aborrecerla, necesito esta máscara para derrotar al corrupto espíritu de Majora.
El Vendedor de Máscaras la llamó Máscara de la Fiera Deidad. Me dijo que en ella vivía el espíritu de un portentoso ser, una criatura de enorme fuerza que me otorgaría poderes más allá de mi imaginación. Sin embargo, no comentó que su voluntad es igual de poderosa y que el poder que otorga es embriagador. Sólo me la he puesto una vez y doy gracias a las dioses por las penalidades que he tenido que pasar, por los desafíos que he vivido en mi corta vida, ya que sin ellos posiblemente hubiera sucumbido a su influencia.
Cuando me la puse, sentí inmediatamente las oleadas de poder que emanaban de ella. Su magia transformó mi cuerpo, convirtiéndolo en el de un hombre de medidas gigantescas. Recuerdo cuando dormí durante siete años y las sensaciones que me procuró mi cuerpo adulto, lleno de energía y de vitalidad. Lo que sentí con la máscara era cien, mil veces esa sensación de plenitud. Corrí moviéndome más veloz que un corcel a pleno galope; salté tan alto como para que mi cabeza asomara por encima de los árboles; nadé tan rápido que las corrientes de los ríos no suponían más que un pequeño esfuerzo. Un sólo golpe de mi brazo con ella puesta bastó para quebrar rocas. Un simple esfuerzo y pude levantar troncos tan gruesos que no los abarcaba con los brazos y más altos que una persona. En mi mano surgió una misteriosa espada, con la forma de dos filos entrelazados. Cuando la empuñé, sentí su fuerza y su magia. Las oleadas de energía brotaban de mi cuerpo y se proyectaban en terribles haces que lo destruían todo a su paso.
La sensación de poder era embriagadora, única. Me sentía invencible y habría ido en ese mismo instante a la montaña más alta de Términa y habría intentado acabar con la Máscara de Majora con mi nueva forma. ¿Qué podría oponérseme con semejante poder? Era un dios, la reencarnación de una fuerza primigenia y omnipotente que había existido para luchar, para vencer, para derrotar a los demonios que amenazaban la tierra. ¿Acaso no había un mayor mal que la destrucción del mundo? ¿Para qué si no la Máscara de la Fiera Deidad había llegado a mis manos? Y no me detendría ahí, ¡cómo podría hacerlo! Aquel artefacto me había dado el poder suficiente como para cerciorarme de que ningún mal volviera a afligir al mundo. Cuando hubiera acabado con la Máscara de Majora viajaría de vuelta a Hyrule, liberaría a Ganondorf y lo mataría. No haría falta encerrarle, ya que ahora tenía el poder para librar al mundo para siempre de su presencia. Después, podría gobernar Hyrule y protegerle de todo mal. La gente debería reconocer mi poder y respetarlo, me tendrían que rendir pleitesía y jurar obediencia porque...
Fierce Deity VS Majora, de KurkoBoltsi |
Vi entonces mi reflejo en las aguas de un río. Vi mi nuevo rostro, tan parecido a mi yo adulto, pero con unos ojos sin pupilas, completamente blancos; con unas facciones inexpresivas, que no reflejaban el regocijo que sentía en esos momentos. El cabello plateado, las pinturas en el rostro, los ropajes extraños... Aquel no era yo. Algo había estado alimentando mi imaginación con sueños de gloria que no me pertenecían, con ilusiones de grandeza que no deseaba.
Lo noté. Estaba ahí, en mi cabeza. Una sutil influencia, susurrando, sibilina, influyendo en mis pensamientos. ¿Era acaso malvada? No lo creo, ya que en ningún momento albergué deseos de hacer daño o destruir a inocentes. Sin embargo, sí que se trataba de algo grande y poderoso, algo que no se regía bajo la misma moral que los mortales, con otras consideraciones y prioridades. ¿Era, acaso, la Fiera Deidad, efectivamente un dios? ¿Qué significaban los hombres, hylianos o el resto de razas para aquella entidad? ¿No estaría despertando para el mundo a otro tirano implacable como lo había sido Ganondorf?
Tuve que recurrir a toda mi fuerza de voluntad para llevarme las manos al rostro para quitarme la máscara. Una parte de mi, una voz que parecía la mía, pero que yo sabía que no lo era, me decía que no fuera estúpido, que semejante poder tenía que ser aprovechado, que había nacido para llevar esa máscara y acabar con todo el mal que había en el mundo, en todos los mundos. De nuevo, mi lucha contra Ganondorf, mi búsqueda de las piedras espirituales y de los medallones de los sabios, todas mis vivencias fueron lo que me salvaron. A pesar de mi cuerpo infantil, mis recuerdos eran los de un hombre adulto, uno que sabía en lo que se podía convertir alguien con demasiado poder, con demasiada ambición. Y era consciente de que yo no era ningún dios, sino un simple mortal. Mi voluntad se acabó imponiendo a la de la máscara y, finalmente, me despojé de ella. Inmediatamente volví a mi cuerpo infantil débil, frágil, lleno de dudas e inseguridades.
Noto cómo me llama, me susurra en sueños, me tienta en medio del silencio de la noche, conminándome a usarla. Ha pasado a convertirse en un deseo permanente, en una vaga sensación de fondo, molesta, despertando en mi necesidad insatisfecha. Hace que me rebulla mientras duermo y se me aparece en sueños, observándome con sus ojos vacíos que, irónicamente, me clavan su mirada. Es una maldición, pero a la vez un arma que debo usar si pretendo triunfar sobre el mal que se va a desencadenar de forma inminente.
Sólo hay algo que detiene mi mano en estos momentos. Una pregunta. Una simple pregunta de la que me aterroriza no conocer la respuesta: ¿seré lo bastante fuerte para quitármela una segunda vez? Peor aún: ¿querré hacerlo?
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