La inminente llegada de Baldur's Gate 3 el próximo 3 de agosto, tras tres años de acceso anticipado, ha provocado algunas consecuencias colaterales, como que de pronto Amazon haya regalado a lo largo de las últimas semanas los juegos más importantes de aquella etapa dorada de videojuegos de Dungeons & Dragons desarrollados a caballo entre BioWare y Black Isle, los dos primeros Baldur's Gate entre ellos, por supuesto. Así, aprovechando la coyuntura ya me pasé en directo en su momento el primer Baldur's Gate, reseña incluida, por lo que tocaba el turno de Baldur's Gate 2, un juego al que tengo un enorme cariño y respeto en mi recuerdo.
Baldur's Gate 2, que salió en el 2000, dos años después la primera parte, supuso una ampliación en la escala de todo lo que el primer Baldur's Gate propuso. Si el juego original creó una nueva forma de ver el rol en PC, BioWare en la segunda parte llevó al rol occidental a su madurez. La tecnología había alcanzado el nivel adecuado para comenzar a permitir crear escenarios evocadores, un sistema de juego robusto y comenzar a experimentar con las decisiones del jugador. De forma tímida, de acuerdo, pero la intención está ahí, de forma evidente, aunque en su germen.
Conociendo ya lo que el motor Infinity podía hacer y que su interfaz y propuesta funcionaban, BioWare pudo comenzar a pensar en otras cosas para Baldur's Gate 2, en hacer avanzar la historia y la saga hacia nuevas direcciones. Así, en la secuela se permitía que el jugador desarrollara aspectos de su personaje y que algunas de las decisiones que tomara tuvieran peso en la trama principal. Además, el diseño de las misiones hacía que algunas se pudieran resolver de más de una manera y, aunque no podemos hablar de la sofisticación de Planescape Torment, que salió ese mismo año, sí que se premiaba más la exploración y el indagar en las opciones de diálogo.
Todos estos cambios, estas nuevas dinámicas, las podemos experimentar en las primeras horas de juego, con un nivel tutorial desarrollado con una enorme elegancia. El juego comienza in res, con el mismo personaje que acabó Baldur's Gate (podíamos crearlo desde cero o importar al personaje del juego anterior, pero la historia era una continuación total de lo que ocurrió en la primera parte) encerrado en una prisión y teniendo que escapar de ella con algunos de nuestros aliados.
La salida de la prisión ya marca todos los cambios que este juego trae y que, a lo largo de toda su (enorme) extensión, irá detallando y desgranando más. Tenemos una mazmorra mucho más elaborada, con varios biomas como una zona con geodas, instrumentos de astrología, laboratorios, cloacas, una especie de barco volador, portales mágicos, un bosquecillo, una habitación en un árbol mágico... En contraposición, Baldur's Gate era casi todo bosques y una ciudad. En tan sólo una hora, Baldur's Gate 2 se desmarca con un mundo mucho más rico y mágico.
Pero esta riqueza visual va acompañada de una riqueza narrativa. Podemos hablar con muchos cerebros encerrados en frascos para intentar conocer algo más acerca de la naturaleza e identidad de nuestro captor, un djinn nos plantea el "Dilema del Prisionero" para probar nuestra moral y nos recompensa o castiga en consecuencia. Podemos liberar o no a un cambión prisionero, liberar a un genio de su lámpara, conseguir un objeto de misión para más adelante y el fragmento de un objeto legendario en un cajón perdido...
Pero también asistimos a las primeras conversaciones con los personajes que nos acompañan, conversaciones que son reactivas a nuestro entorno y que nos muestran a unos personajes con una personalidad mucho más fuerte y marcada. Compartirmos duelo con Jaheira ante el fallecimiento fuera de cámara de Khalid, su marido; nos mostramos comprensivos con Imoen y comenzamos a sospechar del desmedido interés que nuestro captor tiene en ella; y alentamos y consolamos a Minsc, que también ha perdido a Dynaheir. Y también vemos las primeras conversaciones entre nuestros compañeros, que interactúan entre ellos.
Así pues, en un momento, Baldur's Gate 2 ya ha demostrado que tiene más riqueza visual, complejidad argumental, narrativa entre personajes y secretos jugables. Ahora coged el escenario tutorial, la salida de la prisión, y multiplicadlo por 50, que es más o menos el número de horas que puede durar el juego si vamos rapidito. El aumento de escala no es que sea más que notable, es que es una declaración de intenciones muy seria de que este juego es un titán.
Nuestros aliados tienen vida más allá de nuestra relación con ellos, cada uno tiene su propio arco argumental, con sus misiones profundas y detalladas. Con Haer-Dalis, el tiefling bardo, tenemos que escapar de una prisión planar; con Valygar podemos explorar los planos con una esfera mágica y conocer a gente de otros mundos, como de la Dragonlance; con Nalia podemos explorar el alcázar De'Arnise, una fortaleza infestada de trolls e indagar en el pasado de su familia... Además de esto, los escenarios están llenos de secretos, bien en forma de información, misiones secundarias o tesoros ocultos. Es cierto que su exploración no es tan abierta como la del primer Baldur's Gate, hay muchas menos localizaciones, pero estas están mucho más definidas, con más cosas, tanto evidentes como ocultas. Así, en nuestros viajes, iremos a ruinas abandonadas, arboledas de druidas, ciudades orientales, lejanas islas piratas e incluso viajaremos al Underdark y la profundidades oceánicas para hablar con drows, contempladores o reyes sahuagins.
Con un poquito de bagaje, vemos en Baldur's Gate 2 el origen de muchas de las cosas que BioWare luego perfeccionaría en sus juegos posteriores, como Knights of the Old Republic, Dragon Age o incluso Mass Effect. Las misiones secundarias de los personajes, los intereses amorosos y las tramas románticas, la capacidad de elección y de decidir qué ocurre en la historia, importar personajes del juego anterior... Por supuesto que la fórmula se ha ido perfeccionando en las últimas dos décadas, pero todo está en este juego de Dungeons & Dragons.
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