Hay algo que me ocurre con el rol: lo estoy disfrutando más que nunca. Comencé alrededor de 1992 y uno pensaría que después de 29 años me habría cansado. Sin embargo, tengo la sensación de que apenas estoy arañando la superficie, que me quedan todavía muchísimas sesiones por jugar, tanto de director como de jugador, y la firme idea, cada día creciente, de que el rol es una forma de entretenimiento superior.
Y ojo, no digo superior diciendo que aquellos que juegan son mejores, o que sea la única forma de juego válida, sino que creo que tiene un potencial y unas características que engloban a muchos otros juegos y añade algunas propias únicas para conformar una forma de divertirse tan emocionante como didáctica. En una época en la que la gamificación está a la orden del día y que permea los nuevos sistemas de enseñanza, el rol se me antoja no sólo como un juego, sino como una herramienta.
Pero tampoco quiero que esta entrada se convierta en un listado de cosas por las que el rol es bueno, sino que quiero reflexionar sobre por qué me gusta tanto, qué le sigo viendo para continuar jugando, ahora que me acerco a cumplir los 40 años, y cómo ha cambiado mi relación con él con el paso de los años, en qué se ha ido transformando y cómo me veo dentro de otros 40 años.
Cuando comencé a jugar al rol era un adolescente que prácticamente se acababa de leer El Señor de los Anillos. Fui uno de esos miles de españoles (la friolera de 100.000, si hacemos caso a las cifras de la época) que se estrenaron en los juegos de rol con la edición de El Señor de los Anillos de MERP, editada por JoC Internacional. Y ahí estaba, viviendo aventuras en la Tierra Media, viajando por las mismas tierras que los personajes de esa novela que, realmente, me cambió la vida.
Pronto comencé a leer toda la fantasía que pude encontrar, que en aquella época era mucho más limitada que la de ahora. Dragonlance, Reinos Olvidados, El Tapiz de Fionavar, El Señor del Tiempo... Esas fueron sólo algunas de las obras de fantasía que me alimentaron los primeros años. Luego ya llegarían Michael Moorcok, H. P. Lovecraft, Ursula K. Leguin, Terry Pratchett, Robert E. Howard, Mervyn Peake, Neil Gaiman... No me atrevería a llamarlos los clásicos, pero sí, los grandes y, definitivamente, los que expandieron mis horizontes más allá de la fantasía más clásica, mostrando cada uno un estilo diferente, enriqueciendo las ideas que pululaban por mi mente.
Y, como de lo que se come se cría, historias comenzaron a poblar mi cabeza y a llenar mis hojas de notas. Ideas de historias, personajes, conceptos... Sólo me faltaban protagonistas. Y, si hay algo en el rol, son protagonistas. Llegué así a mi concepción actual del rol, que es la de un grupo de personas que construyen juntos una gran historia. En un lado de la mesa, está el Director de Juego, el Narrador, el que dispone las piezas y representa al mundo entero, el gran tramoyista que sube y baja el telón, hace girar los escenarios y agita la lámina de metal para que suenen los truenos de la tormenta. En el otro lado, los jugadores, protagonistas vivientes de la historia y aquellos que la moldean con sus propias decisiones.
El conflicto que se origina en una mesa, cuando la voluntad del Director de Juego y la de los jugadores chocan, es algo bellísimo. Es una danza de gestos y palabras, un baile en el que nadie lleva a nadie... o en el que todos llevan a todos. Es creatividad en estado puro, la improvisación al servicio del arte. A veces en forma de comedia, otras de drama, pero siempre arte.
El rol había dejado de ser un mero juego, un vehículo de diversión para vivir aventuras, a convertirse en una forma de narrar e interpretar, una forma de expresión, tanto como jugador como de director de juego. Se convirtió en una disciplina artística colaborativa y comencé a pensar en ella de otra forma, buscando inspiración en los grandes para renovar conceptos y mitos. No es casualidad que en el blog haya aventuras como Naturaleza Muerta (El Retrato de Dorian Gray), El Jinete sin Cabeza (Sleepy Hollow), Un Año y un Día (el mito de la Befana) o La Frontera del Invierno (historias de Navidad, como El Cascanueces) ya que en estos relatos conocidos podemos reconstruir nuevas fantasías, esbozando ese contexto familiar que hace que los jugadores se sientan cómodos, para después sorprenderlos con lo inesperado, con la magia y la fantasía del rol.
Lo que ocurre en una mesa pocas veces se ve en otras disciplinas y, desde luego, en ningún otro juego. La completa libertad de los jugadores en un entorno que reacciona instantáneamente a sus decisiones, la capacidad de influir en la trama, el mismo azar, que introduce ese elemento inesperado en el que cualquier cosa puede ocurrir... Es una combinación perfecta entre preparación, improvisación y azar. Es la sensación de que todos juntos estamos construyendo algo mucho más grande que la aportación individual de cada uno. Y qué bonito es eso.
¿Y sabéis qué es lo mejor de todo? Que porque el rol sea un método de expresión, una forma de arte, un ente vivo que se transforma constantemente ante nuestros ojos, no deja de ser divertido. Nunca pierde ese punto de diversión, de entretenimiento, de evasión. No es algo que admirar desde la distancia, sino que te arrastra hacia él, se convierte en parte de ti y te transporta a otros mundos y otras épocas.
Han pasado 29 años, mi visión sobre el rol ha cambiado radicalmente, pero lo que me sigue llevando a ponerme detrás o delante de una pantalla es pasar un buen rato rodeado de amigos o de gente maja. Y no ha perdido la capacidad de sorprenderme, de ilusionarme y de hacérmelo pasar en grande. ¿Dónde voy a encontrar algo parecido? Así pues, por otros 29 años llenos de magia, de fantasía, de diversión y de historias que contar.
Maravillosa entrada de amor al rol
ResponderEliminarBrindo por esos 29 nuevos años que te quedan por delante :)
¡Como poco! Y que tú los veas. Mi jubilación va a consistir en ir de partida en partida XD
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